Positiva recepción tuvo "El Cristo de Elqui", la nueva ópera del Municipal de Santiago

Publicado:
| Periodista Radio: Joel Poblete

La obra, del compositor Miguel Farías y con libreto de Alberto Mayol, está basada en dos novelas de Hernán Rivera Letelier.

Positiva recepción tuvo
 Marcela González Guillén

Francisco Melo en escena.

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Sin duda había muchas expectativas en el ambiente musical local frente al debut de "El Cristo de Elqui", lo que la convertía en una de las grandes apuestas culturales de este 2018.

De partida, se trataba de una ópera basada en dos novelas del popular escritor nortino Hernán Rivera Letelier, escrita por uno de los compositores más reconocidos en los últimos años en nuestro país, Miguel Farías; con guion del sociólogo y ex pre-candidato presidencial Alberto Mayol e interpretada por una docena de cantantes nacionales.

Pero además era la primera partitura chilena en más de cuatro décadas que tendría su estreno mundial como parte de la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago, escenario que si bien en los últimos 20 años ha ofrecido otros títulos locales de este género, como "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta", de Sergio Ortega; y "Viento blanco", de Sebastián Errázuriz; no los presentó como estrenos mundiales en la temporada lírica oficial.

"El Cristo de Elqui", en cambio, es la segunda obra del actual ciclo operístico del Municipal, tras el "Don Giovanni" de Mozart que se presentó en abril. Y a juzgar por la buena recepción del público que tuvo su estreno -el sábado 9 de junio- la pieza cumplió en buena medida con las expectativas, como lo demostraron los efusivos aplausos de los espectadores, culminando con una verdadera ovación al autor que dio origen a los personajes y situaciones que adapta la ópera, cuando Rivera Letelier subió al escenario al término del espectáculo.

 

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Foto: Marcela González Guillén

En los casi 161 años del Municipal no han sido estrenadas más de 12 óperas en su temporada lírica oficial, partiendo por "La florista de Lugano", de Eleodoro Ortiz de Zárate, que se presentó en 1895; hasta 1972, cuando se ofreció "Ardid de amor", de Roberto Puelma, un paréntesis que en estos días llega a su fin con el debut de esta nueva obra.

Y el principal responsable es su compositor: nacido en 1983, Farías se formó en la Universidad de Chile, estudió en Suiza y Francia, en la actualidad es académico en la Universidad Católica y ya tuvo su primera y comentada experiencia en ópera hace justo seis años, en junio de 2012, cuando estrenó en el Teatro Escuela de Carabineros su "Renca, París y liendres", pieza que se vio envuelta en polémica e incluyó protestas afuera del recinto por parte de manifestantes que reclamaban por la imagen negativa de Renca que la obra podía generar por el título, pero fue muy bien recibida por los expertos e incluso ganó el premio del Círculo de Críticos de Arte y el Altazor. Y en los años siguientes ha seguido incursionando en el género, eso sí en formatos más reducidos, hasta ahora que asume un desafío mayor y más contundente.

Adaptando dos novelas de Rivera Letelier, "La reina Isabel cantaba rancheras", de 1994; y "El arte de la resurrección", de 2010; el libreto de Mayol le sirve a Farías para desarrollar una partitura que se extiende a lo largo de una hora y 40 minutos, divididos en un prólogo y cuatro actos, a lo que se agrega un intermedio, conformando en total un espectáculo que se extiende por alrededor de dos horas.

Ambientada en el desierto nortino chileno, sólo abandona esa zona en el prólogo y el último acto, que transcurren en Santiago, y su protagonista está inspirado en una figura de contornos místicos que ha trascendido en el tiempo: Domingo Zárate, nacido a fines del siglo XIX y quien en los años 20 del siglo pasado se convirtió en un predicador que deambuló por las pampas predicando a mineros y prostitutas, e incluso viajó a la capital a extender su mensaje en 1931, ocasión en la que fue enviado a la Casa de Orates, para caer en el olvido en los años posteriores y finalmente morir cuatro décadas después.

 

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Foto: Marcela González Guillén

Con elementos argumentales que podrían tener conexiones con temáticas que están muy vigentes en la opinión pública local, como las instituciones eclesiásticas, el rol de la religión a nivel popular o la utilización de la mujer como objeto sexual, como historia "El Cristo de Elqui" es una obra quizás difícil de clasificar a nivel conceptual. Si hubiera que contextualizarla con las ya mencionadas otras dos óperas chilenas que ha presentado el Municipal en las últimas dos décadas, quizás carece del componente directamente emotivo que daba la tragedia de Antuco en "Viento blanco", pero sí tiene un innegable potencial popular y social como "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta".

La historia de "El Cristo de Elqui" es atractiva y podía dar para mucho, aunque en la adaptación operística de Farías-Mayol su ritmo es un poco irregular y se echa de menos otro acto o una escena más para permitir mayor desarrollo al protagonista y su impacto colectivo, o que sirviera a modo de transición dramática, pues el último acto se siente un poco abrupto y precipitado como conclusión, lo que de todos modos no es grave ni afecta la buena impresión que deja la obra.

Y esa percepción positiva descansa fundamentalmente en la labor del compositor, quien creó una partitura dinámica, sugestiva y capaz de ser transversal e interesar tanto a los académicos como a quienes tuvieran alguna reticencia frente a la ópera contemporánea. Como en "Renca, París y liendres", los personajes deben cantar pero también declamar y en algunos momentos conversar en medio de la partitura, y también la música es ecléctica y no teme entremezclar lo tradicional con las raíces populares; así, en su anterior ópera recurrió al bolero y la cueca, y en esta ocasión hay una ranchera y otros elementos de música popular, aunque también es posible percibir a otros autores: en entrevistas previas al estreno, Farías mencionó a maestros aún vivos como el húngaro Péter Eötvös y el argentino-francés Oscar Strasnoy, pero también a otros más legendarios que el auditor atento reconocerá en más de un momento, como Prokofiev y Shostakovich.

Farías demuestra mayor madurez y unidad estilística si se compara esta nueva creación con sus anteriores incursiones líricas, desarrollando momentos muy interesantes en lo musical, como por ejemplo el intento de resurrección en el primer acto, u otros tan efectivos como el inicio del segundo acto, que transcurre en el burdel de la Reina Isabel. La partitura puede ser calificada de impresionista en su atmosférico discurso sonoro, por la variedad timbrística, los colores y los recursos que emplea Farías, incluyendo toques originales y tan creativos como las mangueras plásticas que desde el foso de la orquesta producen un particular sonido casi como si fueran un viento que silba, al ser movidas rápidamente en distintos momentos de la obra que parecen reflejar o describir el ambiente del desierto, con su inmensidad y soledad. Y también es digna de resaltar su capacidad para alternar los momentos más serios o graves con la frecuente aparición de elementos de humor o sátira que incluso provocan risas en el público, como por ejemplo cuando el Cristo intenta resucitar a uno de los trabajadores y pide su carnet de identidad.

Primordial en la posibilidad de apreciar la partitura en el estreno fue la notable y muy comprometida labor de la Filarmónica de Santiago bajo la batuta de su director residente, el maestro Pedro-Pablo Prudencio, en una lectura vibrante, atenta, detallista y vital. Y como es habitual, el Coro del teatro, dirigido por Jorge Klastornik, tuvo un excelente desempeño, tanto sus voces femeninas interpretando a las prostitutas en los actos segundo y tercero, como en el desenlace encarnando al pueblo que espera la llegada del protagonista a Santiago.

Uno de los puntos que llamaban la atención previamente en esta propuesta del Municipal, era haber convocado para encargarse de la puesta en escena a una eminencia internacional como el prestigioso director teatral argentino Jorge Lavelli, radicado hace más de medio siglo en Francia y quien ha sido durante décadas un referente en teatro y ópera. El octogenario maestro debutó en Chile el año pasado inaugurando la temporada lírica del Municipal con el montaje de la ópera checa "Jenufa", que en general fue bien recibido por la crítica especializada, a pesar de algunos detalles que no convencieron por completo. Ahora, en su regreso, tenía el gran desafío de escenificar una obra totalmente nueva. En el fondo, partiendo desde cero.

El resultado fue muy inteligente y tuvo varios aciertos. Nuevamente con la colaboración artística de Dominique Poulange, Lavelli contó con al menos dos de los artistas que ya lo apoyaron el año pasado: él mismo volvió a encargarse de la iluminación junto a Roberto Traferri, que se complementó muy acertadamente con la austera pero eficaz escenografía, que en esta ocasión fue responsabilidad de Ricardo Sánchez Cuerda, mientras Graciela Galán elaboró un atractivo vestuario atemporal que define y representa muy bien las personalidades de los personajes, quienes además aparecen muy maquillados de blanco, con una apariencia que les da algo casi fantasmal pero también recuerda un poco al cine mudo.

 

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Foto: Marcela González Guillén

 

Al igual que en la "Jenufa" del año pasado, Lavelli optó por una producción minimalista, con pocos elementos, que sugiere más que explicita de manera naturalista y fidedigna, y eso contribuyó al misterio de la obra. Habrá quienes no queden conformes por la ausencia de más elementos que evocaran el desierto, el sol, la luminosidad y la geografía nortina -sólo en el tercer acto una imagen de la pampa domina el fondo de la escena-, y este alcance puede ser bastante comprensible, pero de todos modos la concepción visual y teatral de Lavelli es interesante y funciona de manera fluida, consiguiendo un impacto visual con elementos sencillos pero muy efectivos, como en el simbólico final de la primera parte o en casi todo el último acto.

En el plano vocal, el Municipal convocó un sólido elenco de solistas para este estreno mundial, incluyendo a algunas de las voces más destacadas de nuestro medio en estos momentos. Conociendo el siempre notable desempeño del barítono Patricio Sabaté, capaz de lucirse en roles barrocos como el Orfeo de Monteverdi pero también en compositores de las más diversas épocas y estilos e incluyendo sus logradas participaciones en óperas chilenas como "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta" y "Gloria", no es de extrañar que en el rol titular de la ópera ofreciera otra excelente interpretación: cantado con calidez, expresividad y seguridad a lo largo del registro, en lo escénico su Cristo de Elqui fue muy humano y convincente, sorprendiendo en un personaje con más inseguridades que certezas, más débil y menos grandilocuente y mesiánico de lo que uno podría haberse imaginado antes de conocer la obra.

También es bastante conocido y apreciado el talento de la mezzosoprano Evelyn Ramírez, quien en esta oportunidad interpreta a la Reina Isabel, que encabeza el prostíbulo y es un gran apoyo para el Cristo de Elqui; desenvuelta y seductora en lo escénico, destacó tanto en lo musical como acostumbra, agregando en esta ocasión además otra destreza, tocando la guitarra al entonar una atractiva ranchera. Y una de las voces chilenas jóvenes más prometedoras y ascendentes del último tiempo, la soprano Yaritza Véliz, se lució en sus intervenciones como Magalena, la prostituta que se convierte en el objeto de afecto del protagonista; la voz de Véliz sigue siendo muy bella, y ha ido ganando volumen y color.

Los restantes roles desarrollaron mayores matices cómicos, como la prostituta Ambulancia, con su muy particular y alocado comportamiento, quien estuvo muy bien lograda vocal y escénicamente por la soprano Paola Rodríguez, o los dos policías a los que dieron vida el tenor Rony Ancavil y el barítono Javier Weibel. Este último fue además parte del muy logrado trío de trabajadores, junto al tenor Francisco Huerta y el bajo Jaime Mondaca, que tanto por sus juguetones movimientos escénicos como por la forma en que complementaban su canto, fueron una curiosa mezcla entre una suerte de variante de "los tres chiflados" y los ministros Ping, Pang y Pong de la célebre ópera "Turandot", de Puccini.

También estuvo bien en su intervención en el segundo acto el tenor Pedro Espinoza, como un cliente del prostíbulo. Y especial relevancia tuvieron las apariciones de los personajes que representan al clero, encabezadas por el divertido Cardenal del tenor Gonzalo Araya, comiendo migas de pan mientras junto a dos obispos (el tenor Claudio Cerda y el barítono Eleomar Cuello) analizan los riesgos que puede significar el Cristo de Elqui, en su conversación en el prólogo, una de las escenas más logradas de la obra, con su tono burlesco y satírico. Su representante religioso en tierras nortinas fue el sacerdote que interpretó el bajo-barítono Sergio Gallardo, eficazmente cantado y actuado con su habitual despliegue teatral que tan bien se adapta a los personajes cómicos.

Y además de los roles cantados, hay un personaje que sólo debe ser hablado, en este caso el poeta Mesana, quien interviene puntualmente en el acto tercero y tiene que ser encarnado por un actor que parece dirigirse a la audiencia; esta idea, que puede evocar a Sergio Ortega y su ya mencionado "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta" -donde el personaje del vate fue abordado por Tito Bustamante en 1998 y luego por John Knuckey en 2003-, funciona bien en el conjunto de la obra y fue asumida con seguridad y efusiva convicción por el conocido actor Francisco Melo.

 

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Foto: Marcela González Guillén

En el balance final, "El Cristo de Elqui" no sólo puede satisfacer tanto las expectativas como la curiosidad de los espectadores, sino además es un logrado e interesante nuevo eslabón en la historia de las pocas óperas chilenas que han conseguido ser escenificadas. "Yo prefiero La bohème", comentaba medio en serio medio en broma un reconocido y veterano operático en la platea durante el intermedio en el estreno, aludiendo a la pieza de Puccini que figura entre las más populares del repertorio lírico; pero más allá de los gustos personales, por supuesto que la idea no es ponerse a comparar una obra recién estrenada con cualquiera de los grandes clásicos que el público ha amado durante siglos, sino darse la oportunidad de conocer algo nuevo, apreciar el talento de un talentoso compositor que de seguro seguirá dando que hablar en el futuro, y en resumen disfrutar de un espectáculo atractivo en lo musical y escénico.

Definitivamente vale la pena ir al Municipal en cualquiera de las próximas cuatro funciones programadas, este lunes 11, miércoles 13, viernes 15 y sábado 16 de junio.

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