La cultura yagán se escurre entre los dedos de los últimos nativos

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Autor: Cooperativa.cl

"Nos sentimos como animales enjaulados", dice Martín González, uno de los últimos representantes de esta etnia.

La cultura yagán se escurre entre los dedos de los últimos nativos
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"Estoy cansado", confesó González, que habita en Villa Ukika, una comunidad cercana a Puerto Williams.

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Martín González se siente solo y sin fuerzas. Hace mucho tiempo que rema a contra corriente y soporta los embates de la indiferencia social y política ante la desaparición de su etnia, la yagán, un pueblo canoero que desde hace unos 6.000 años habita las inhóspitas costas del sur del planeta.

"Estoy cansado", confiesa González mientras atisba, a través de la ventana de su casa, el mar de aguas plomizas y horizontes movedizos que baña las costas del canal de Beagle, en el extremo sur de Chile.

Él es uno de los últimos miembros de este pueblo milenario que se encuentra, dice, "al final de una época" y a un punto de hacer el salto final hacia el profundo abismo del olvido que cada año engulle a decenas de culturas de todo el mundo.

Durante una parte del año González vive en Villa Ukika, una comunidad cercana a Puerto Williams, situado en la isla Navarino, donde, según las enseñanzas de sus ancestros, se dedica principalmente a labores artesanas y fabrica cestos de junco, pequeñas canoas e instrumentos de pesca hechos con huesos de animales.

En 1960 las autoridades navales chilenas obligaron a los yaganes a dejar Bahía Mejillones, donde vivían aislados desde tiempo inmemorial, para reubicarlos en Ukika, una pequeña comunidad junto a Puerto Williams, con el pretexto de acercarlos a los beneficios de las sociedades modernizadas.

"Desde entonces nos sentimos como animales enjaulados. Todo está totalmente restringido: no podemos navegar, no nos permiten cortar madera y encima pretenden que paguemos por las casas en las que ahora vivimos", critica en entrevista con la agencia EFE.

Morir de pena

Antes de llegar a la Isla Navarino González vivía con su familia en una cabaña de madera en una isla del archipiélago del Cabo de Hornos, un lugar aislado -a dos o tres horas en canoa de cualquier otro vecino- que recuerda como "idílico", pues "los víveres eran abundantes" y disfrutaban de una libertad inconmensurable.

Ahora le gustaría que sus hijos pudieran ver las islas, canales y montañas que fueron testigos de su cultura ancestral y las tradiciones de un pueblo nómada canoero que no hace tanto tiempo recorría en libertad estas gélidas tierras con gran parte del cuerpo al descubierto.

"Nuestra cultura está ahí fuera. Si no nos dejan libertad para navegar y salir al exterior, el pueblo yagán morirá de pena" advierte González.

Actualmente, la mayor parte de la cincuentena de yaganes que quedan en la Isla Navarino han nacido en entornos urbanos y desconocen las técnicas para navegar y orientarse en los canales del fin del mundo, un valioso conocimiento que hace generaciones se transmitía de padres a hijos.

 

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González lamenta que se haya perdido el traspaso de la cultura de padres a hijos, de generación en generación. (Foto: EFE)

 

"Cuando era pequeño uno aprendía de lo que veía hacer a sus padres", apunta González, quien recuerda cómo, por las tardes, los niños se acurrucaban alrededor de las madres y escuchaban las fantásticas historias de la rica cosmogonía yagán.

Una sabiduría que, en palabras del nativo, no puede trasmitirse a través de los libros o clases magistrales, sino que debe ser experimentado en propia piel:

"Nuestro legado cultural está repleto de nombres de islas, de montañas y de ríos; de descripciones de animales y técnicas de caza. ¿Cómo van a entender algo nuestro hijos si nunca han podido salir de sus casas?", plantea.

A su juicio, a pesar de recibir algunos apoyos del Gobierno, la gran cantidad de intermediarios y las envidias enquistadas en el seno de la misma comunidad hacen que las ayudas no lleguen donde deben llegar.

De ahí que, para Martín González, no hay mucho más que hacer que ver cómo día tras día el mundo en el que quería vivir se le escurre entre los dedos con la misma rapidez con la que la oscura arena que tiñe las orillas del canal de Beagle desaparece bajo el manto espumoso de las olas del fin del planeta.

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