Máquinas tragamonedas, irregularidades y ludopatía

Las máquinas tragamonedas se han convertido en nuestro país, en un auténtico problema de salud pública y en una seria amenaza para la estabilidad financiera de muchas familias chilenas. Según un informe presentado por la Pontificia Universidad Católica de Chile en 2016, existen aproximadamente 1.327 locales con patente municipal que explotan máquinas de azar, funcionando al margen de la ley, toda vez que ésta sólo permite el funcionamiento de las máquinas aludidas en los casinos de juego autorizados por la ley 19.995 que establece las bases generales para la autorización, funcionamiento y fiscalización de casinos de juego.

Algunos propietarios, legítimamente preocupados por su inversión, han esgrimido que de hecho estas no son máquinas de azar, sino de destreza, es decir, que sus resultados dependen del desarrollo de las actitudes del usuario y no de algoritmos aleatorios, pero la evidencia es contundente. En al menos cuatro informes técnicos realizados por el Laboratorio de Certificación de la Pontificia Universidad Católica del Perú, encargados por la Asociación Chilena de Casinos de Juego, se certifica que estas máquinas son de azar y no de destreza, en virtud de que la actividad del usuario es absolutamente independiente de los resultados del juego.

La primera pregunta que cabe al respecto es cómo se llegó a esta situación, cómo fue posible que en nuestro país se haya autorizado el funcionamiento de más de mil locales con máquinas que están fuera de los estándares establecidos.

La respuesta, si bien no es compleja, no deja de ser comprometedora, pues durante muchos años, para ser precisos, hasta el 2016, se delegó el discernimiento respecto a la cualidad de las máquinas a las municipalidades, las que no cuentan con las capacidades técnicas para un juicio fundado al respecto, recayendo la certificación en cualquier laboratorio, siendo muchos de ellos contratados por los mismos particulares que solicitaban las patentes.

No fue sino hasta diciembre de 2016, que la Contraloría en su dictamen 92.308, estableció que los municipios pueden dar la autorización solo tras un informe de la Superintendencia de Casinos de Juegos, que certifique que las máquinas en cuestión son de destreza y no de azar, haciendo de este organismo el único competente para dirimir en la materia. Todas las patentes entregadas con anterioridad fueron en un contexto en que no había claridad institucional, respecto a quién ni cómo debía hacer cumplir la ley.

No obstante la evidente irregularidad del funcionamiento de los locales con máquinas tragamonedas, sigue siendo atendible el cuestionamiento de por qué las apuestas y las máquinas de azar deben ser reguladas por la ley. Sin duda es una cuestión política, en la que nos hemos posicionado desde la necesidad de que las personas no expongan su patrimonio a mecanismos aleatorios que terminen empobreciendo a las familias, pues seamos francos, si los dueños de las máquinas de azar entregaran más dinero del que recaudan, las máquinas no existirían como negocio.

Sería del todo irresponsable, por parte de la autoridad, permitir el libre funcionamiento de estas máquinas, sobre todo considerando su potencial carácter adictivo y que, según un estudio de la Universidad de Santiago, un 11,7% de los encuestados tiene problemas asociados al juego, con un 2,4% declarados ludópatas, grupo del cual el 50% pertenece al estrato D, el más empobrecido de nuestra sociedad.

Es por todo ello y, fundamentalmente, por las dificultades presentadas por la autoridad para discernir respecto a la cualidad de azar/destreza de las máquinas, que el 2 de agosto de 2016 presenté un proyecto que prohíbe de manera expresa el funcionamiento de las máquinas tragamonedas, el cual acaba de ser aprobado por unanimidad por la Comisión de Gobierno del Senado.

Ya que es claro que este tipo de actividad produce externalidades negativas, siendo miles los chilenos y chilenas de bajos recursos, que al no tener tiempo suficiente para compartir con sus familias, encuentran un escapismo con estas máquinas de juego, gastándose muchas veces parte importante de sus salarios en esta adicción.

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