Me duele mi Iglesia

Hoy estamos en el ojo del huracán y que duda cabe que es también por nuestra responsabilidad. Y lo digo como laico. 

Sí es fácil hoy seguir haciendo leña del árbol caído con la Jerarquía y el clero. Es cierto, se han ganado y merecido todas las críticas que los católicos y el Santo Padre hoy le hacen. Pero, quienes como laicos formamos parte de esta Iglesia ¿no tendremos también alguna responsabilidad? 

Hay un gran consenso que esta estructura monárquica de nuestra Iglesia no tiene sentido y no cabe ya en el siglo XXI. Todo poder absoluto termina de alguna manera corrompiéndose. Eso es así en toda institución humana y no porque la Iglesia tenga una creación divina en Cristo y su certeza de que estará con ella hasta el final de los tiempos, nos asegurará un resultado distinto.

Recordemos que Dios no actúa directamente, sino a través de causas segundas libres y por lo mismo su divinidad pasa por nuestra humanidad, que es de luces y sombras. 

Es en medio de esta estructura, donde los laicos teníamos que ser un contrapeso activo al poder, una mirada responsable y crítica, una voz clara y certera frente a la corresponsabilidad de los destinos de la Iglesia que nos corresponde, no lo hicimos y preferimos callar, mirar para el lado y dejarnos llevar por el clero y la Jerarquía. 

Si nuestro rol no lo hemos sabido asumir, nos corresponde también un “mea culpa”. 

El Concilio Vaticano II planteó una Iglesia Pueblo de Dios. En  Christifideles Laici señala: “Los laicos son llamados por Jesús para trabajar en su viña  construyendo el Reino de Dios en este mundo, tomando parte activa, consciente y responsable en la misión de la IGLESIA” . 

En efecto, cambia la visión del laico como un ser pasivo, sometido siempre a la jerarquía, por una persona corresponsable de la vida y el destino de la Iglesia. 

Sin embargo, esta corresponsabilidad en estos 50 años después del Concilio, no se verificó en una transformación real y concreta de la conducta de los laicos especialmente en América Latina y naturalmente en nuestro país. 

Razones pueden ser, el tremendo poder de la Jerarquía, entendida como autoridad y no como servicio, como lo señala Cristo, y el desinterés de nosotros por asumir nuestra responsabilidad por comodidad. 

Hay algunos que suponen un cierto temor de los laicos, por el control que el clero tendría sobre sus fieles por los secretos de confesión. Tema discutible, pero no del todo descartable. 

Benedicto XVI  pone nuevamente el rol del laico sobre la mesa, en un Mensaje a la VI asamblea ordinaria de la FIAC: “La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad referido, en especial, al papel de los laicos en la Iglesia, que deben ser considerados no como 'colaboradores' del clero, sino como personas realmente 'corresponsables' del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su propia aportación específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en cordial comunión con los obispos”.  

Por su parte el Papa Francisco desde que asume el pontificado, se ha propuesto rescatar el papel del laico. En la asamblea plenaria del Pontificio Concejo para los laicos, realizado el  17 de junio 2016, señaló: “Podemos decir, por lo tanto, que el mandato que han recibido del Concilio Vaticano II fue precisamente motivar a los fieles laicos a que se impliquen más y mejor en la misión evangelizadora de la Iglesia, no por "mandato"  o “delegación” de la jerarquía, sino porque su apostolado "es una participación en la misión de la Iglesia, en la que todos son representante del Señor por medio del bautismo y la confirmación "(Lumen Gentium, 33). Y esta es la puerta de entrada! A la Iglesia se entra por el bautismo, no por la ordenación sacerdotal o episcopal; se ingresa por el bautismo! Y todos entramos por la misma puerta. Es el bautismo que hace de todos los fieles laicos un discípulo misionero del Señor, sal de la tierra, luz del mundo, levadura que transforma la realidad desde dentro.” 

En Evangelii Gaudium (102) plantea, “pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones”.   

A este respecto, Francisco envía Carta al Cardenal Marc Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. (26/04/16) donde le dice.

“No podemos reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar —y a las que les pido una especial atención— el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados” 

En mi opinión es aquí donde se centra también la crisis de nuestra Iglesia Chilena, el excesivo clericalismo, que acomoda a la Jerarquía y al clero porque mantienen el poder y a los laicos porque le es más cómodo ser dirigidos. 

Por esta razón los Laicos tenemos responsabilidad también en esta Crisis, porque no fuimos capaces de asumir el rol que nos entregó el Concilio y que nos ha venido reafirmando los últimos Papas. 

Porque no fuimos suficientemente valientes para exigir a la Jerarquía nuestro rol corresponsable de los destinos de la Iglesia. Porque no fuimos capaces de señalar a la Jerarquía, que su responsabilidad no era mantener una autoridad basada en el poder sino en el servicio, como lo señala Cristo: “El que quiera ser el primero debe hacerce el último de todos y el servidor de todos”(Mc 9,30-37). 

Es cierto también que los católicos no eran escuchados efectiva y oportunamente por la Jerarquía y por lo mismo no valía mucho la pena denunciar, ya que esto tenía un tremendo costo para quienes lo hacían, una muestra concreta es lo que le ha significado para quienes denunciaron a Karadima. 

Pero la comunidad de Osorno, nos motró claramente que cuando los laicos se unen incluso con algunos sacerdotes, tienen un poder incontrarrestable. Pero hasta ahora, no hemos sido capaces de organizarnos, de generar una voz laical de peso en la Iglesia y en la sociedad. Nos dejamos estar y preferimos también usufructuar de este clericalismo acompañado de una cultura donde la unidad ha sido sinónimo de uniformidad. 

En efecto, todos quienes denunciaban una situación eran acallados por los mismos católicos porque consideraban que estaban destruyendo la unidad. Y justamente de este mensaje se aprovechaba la Jerarquía reafirmando que quienes se salían de esa ortodoxia estaban siendo presa del mal. 

Es dificil romper con el clericalismo y la equivocada visión de autoridad de la Jerarquía que hoy nos tiene enfrentado a este tremendo escándalo que es mirado por todo el mundo. Pero también es cierto que el pastor se debe a sus ovejas y sin ovejas no hay pastor. 

Cuando callamos, cuando obviamos o miramos para el lado, cuando asumimos una actitud cómoda, estamos siendo responsable de las consecuencias que esta conducta genera en la autoridad. 

Si queremos construir una Iglesia centrada en Cristo y no en ella misma como señala el Papa, se hace necesario de un Laicado organizado, activo, maduro, bien formado y responsable. Un laicado que tenga voz propia, que pueda dialogar y compartir tareas con los pastores. Un laico que respetando el rol de los consagrados, asuma cabalmente el propio. Solo así se construirá una Iglesia sólida para este y futuros tiempos.

Por ahora debemos revisar nuestra responsabilidad.

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