El renacimiento del Castillo Hidalgo

Enrique Vial
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Hace algunos años, tuve la suerte de ser invitado a un matrimonio cuya fiesta se celebraba en el Castillo Hidalgo. Con mi mujer nos tocó llevar a unas sobrinas, ambas adolescentes que nunca habían subido el cerro y menos de noche. Remontando en auto el adoquinado camino de subida, y dado que noté cierto asombro en el asiento trasero, aproveché la ocasión para referirme a Benjamín Vicuña Mackenna y sus sueños de romanticismo de convertir a Santiago en una ciudad europea, moderna y esplendorosa, y de este promontorio rocoso, hasta entonces en gran medida un basural, en un fantástico paseo.

Estatuas, balaustradas, antiguos escaños de la Alameda de las Delicias, vegetación, caminos peatonales, plazas y rincones se nos iban develando en la penumbra. Del asombro inicial se pasó a suspiros de admiración. El lugar, al parecer, rompía paradigmas de un Santiago aburrido y monótono. Sentí que con mi relato servía de trasmisor de uno de los legados de nuestro recordado Intendente.

El Castillo Hidalgo, originalmente llamado Batería Santa Lucía, corresponde a una de las dos fortalezas españolas destinadas a la defensa de Santiago y que nunca sirvieron como tales. Es la última construcción significativa de la corona en Chile, levantada en 1816, en el transcurso de ese breve período histórico que llamamos La Reconquista. Se trata así de una peculiaridad, no clasificable como colonial ni tampoco republicana. A cargo de su ingeniería estuvo el Brigadier del Real Cuerpo de Ingenieros, Manuel Olaguer Feliú.

O´Higgins, a poco de tomar el poder, renombró la fortaleza para honrar al militar argentino Manuel Hidalgo, capitán de Granaderos, activo participante de la expedición libertadora a Chile y que muriera en combate durante la Batalla de Chacabuco en 1817.

Luego, y por más de medio siglo, como todo lo que recordara a España, la fortaleza fue abandonada y, en gran medida, olvidada. El cerro mismo serviría de cantera, basural y cementerio para quienes no les era permitida sepultura en parroquias o en el Cementerio General.

Ello, hasta que Benjamín Vicuña Mackenna inicia su plan de obras en 1872, abriendo y pavimentando caminos para subir en carruaje y también forestando el árido peñón con diversas especies vegetales. Se sumaron escaleras empedradas para peatones, terrazas, hermosos jardines y fuentes ornamentadas, instalando esculturas en diversas y nuevas plazoletas, en donde se integraban pórticos y arcos conmemorativos.

Era tal el fervor de Vicuña Mackenna con este proyecto que cuando no disponía de fondos públicos suficientes se hacía autopréstamos (con dineros que en realidad eran los de su señora).

Debió sentir orgullo, pues el paseo fue adoptado de inmediato por santiaguinos de todos los estratos sociales y también por extranjeros, según relatan las crónicas de la época. En este marco, en 1874 Vicuña Mackenna convierte el fuerte español en castillo, pero, tras su muerte en 1886, por razones presupuestarias se cierra el museo y se abandona el edificio.

En 1910, con motivo de las fiestas del Centenario, el lugar nuevamente recibe la atención pública con la construcción del segundo piso del Castillo, llamado el Salón de Cristal, y se construye sobre la terraza un lugar de eventos muy celebrado y utilizado. Sin embargo, a poco andar, se convierte en bodega municipal, situación que permanecería por casi todo el siglo XX.

No es sino hasta 1997, durante la administración del alcalde Jaime Ravinet, que la municipalidad lo rescató y concesionó para un renovado centro de eventos, función que cumplió a cabalidad durante casi dos décadas. Pero, su funcionamiento de fines de semana y en horario nocturno, muchas veces con ruidosos eventos, le fue granjeando la enemistad de residentes vecinos, situación que llevó a la municipalidad a terminar la concesión en 2015. Desde entonces, el Castillo permanece cerrado.

Por eso es de celebrar que la municipalidad no lo haya olvidado, como a veces parece ser su sino, y busque ahora recuperar su uso, moderando el tipo de actividades que allí puedan desarrollarse. Y que la ciudad recupere este extraordinario y patrimonial inmueble.

Un lugar cargado de historia e historias, que se inserta en el mayor legado de Benjamín Vicuña Mackenna para su plan de transformación de Santiago.

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