Que el narco no gane

Las víctimas no solo son las que caen muertas, también son las que mueren en vida, su libertad ha sido hipotecada por la delincuencia. Una casa al lado de otra, separadas por muros y portones lo más reforzado que la economía puede. Encerrados. Indistinguibles de las caletas donde se guarda droga y operan los soldados.

Un hombre es asesinado en su casa en una comuna del sur poniente de Santiago. La periodista trata de encontrar algún vecino que converse con ella. Atemorizados ninguno se acerca al micrófono, solo una señora levanta su voz: No puedo sacar los niños. ¡No puedo sacar los niños!

Cuatro de cada 10 niños que han muerto víctimas del delito lo han hecho de manera absolutamente aleatoria, sin tener ningún tipo de participación en los hechos, solo por estar en la trayectoria de una bala loca o en medio de una quitada de droga. Recientemente, se entregaron las estadísticas de homicidio consumado con una baja de 6%, para nada tranquilizadora, toda vez que puede ser la antesala a la tormenta. Cuando el mayor crecimiento de los homicidios se da por el crimen organizado esta mejora puede no ser si no la calma de una disputa territorial que terminó con un narco controlando el territorio. Esta meseta de homicidios dura hasta una nueva disputa en el barrio. Fenómeno similar ocurre al interior de las cárceles, en que paradójicamente las muertes bajan sistemáticamente, mientras grupos extorsivos operan desde su interior.

La tasa de victimización de niños ha aumentado en 22% entre 2018 y 2023, con 128 niños muertos los últimos 3 años. Cifras que parecen ocultas entre la cantidad de homicidios, pero que son un índice del avance del crimen organizado que acecha a la niñez, a través del involucramiento delictivo o como un costo colateral de su dominio territorial. Son familias destruidas y comunidades fragmentadas, donde campea el narco en el lenguaje que domina, el miedo. Con cada una de esas muertes se entierra la libertad que debiera el orden público resguardar. Muere el futuro, juegos, estudios, mueren oportunidades de una vida tranquila para los mayores que suplican al delincuente que "para la próxima no los golpeen".

Muere la esperanza que da paso a la resignación. Así nos quiere el narco, arrinconados, sin enviar los niños a clases por un narcofuneral, con las puertas blindadas y las tías del jardín en simulacros, con la cancha de futbolito transformada en polígono de tiro, en la cárcel de nuestras casas. Ahí, donde no seremos un obstáculo para su impunidad delictiva.

Quienes trabajamos en prevención social sabemos que primero es necesario recuperar el orden público, saber que impera la autoridad. No puede haber prevención sin orden, no podemos llegar antes si ni siquiera podemos llegar. De allí que las acciones del fiscal nacional en contra del crimen organizado son muy significativas; abren un camino que esperamos que la justicia acoja para que también el ejecutivo disponga del máximo de los medios y fortaleza para golpear al crimen organizado antes que sea tarde, antes que se democratice territorialmente con la droga a la cabeza, antes que siga secuestrando a miles de niños entre sus redes.

Queremos niños felices, que crezcan en un entorno seguro, que convivan y jueguen con otros niños, que puedan salir a la plaza, correr en la cancha, queremos la tussy fuera de la sala de clases y de todas partes, queremos a sus padres sin miedo, un Estado presente, fortaleciendo los espacios de protección para cada uno de ellos, que llegue antes y con algo que sirva. Queremos a la sociedad civil activa, a cada uno de nosotros ganando cada centímetro del barrio, a las comunidades cuidándose entre ellas para que jamás vuelvan a pisar su barrio quienes destruyen los sueños de todos.

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