Vivir en campamentos

Fabiola Quiroga Villagra
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Se escucha el sonido metálico de ladridos de perros, que se sienten cual repetidores de eco, suenan por todo el campamento, ladran, porque se acerca alguien, porque escuchan una bicicleta a lo lejos, porque ven un gato a la distancia, por miedo o porque quieren jugar, ladran porque sí, y porque no.

El campamento parece que no duerme, no se distingue entre el alboroto del día y el festejo en la noche, apenas alumbrada por una luz mortecina, la gente va y viene en el frenesí de la existencia. Algunos madrugan para salir de esta habitación que los cobija y muy temprano recorren Santiago para llegar a sus labores, mientras otros regresan post turnos de trabajos con salarios insuficientes para poder mudarse a entornos más seguros. También existen los que se acomodaron a no tener nada, a los que buscan la pillería como única forma de subsistencia.

Todos convergen en la falta económica, la precariedad de una sociedad que avanza cual incendio devorador y los va dejando, como si con esto se fueran olvidando a las más de 114 mil familias que habitan estos asentamientos, en algunos casos, con pan para hoy, pero con hambre de mañana, la mayoría son niños que se ven obligados a cambiar la escuela, por el polvo de calles sin pavimentar.

El catastro nacional de campamentos de la organización Techo-Chile, realizado con los datos 2022-2023, reveló que existen más de 1.290 campamentos distribuidos en el país, 33,1% más que en el 2020-2021.

En éstos se vive la ley del más fuerte, se mira desértico de esperanzas la naturalidad de tantas ausencias y carencias. Muchas veces no hay servicios básicos, otras veces se "cuelgan" de la luz, los alcantarillados; en algunos casos tan inexistentes como lo eran hace casi un siglo -antes de 1931, cuando se creó la dirección General de Agua Potable y Alcantarillado del Ministerio del Interior, que marcó el desarrollo sanitario en Chile-. Ahí el tiempo se detuvo, muchos se quedaron sólo con lo mínimo que no es lo necesario.

Sabemos que los campamentos llevan décadas en nuestro país, como una alternativa "provisoria" de vivienda a los más desprovistos, y que eso se ha intensificado por distintas crisis económicas, desastres naturales, migraciones y otros. En tiempos anteriores han derivado en soluciones habitacionales y nuevas urbanizaciones. La diferencia en estos momentos quizás radica en la proyección social y en que los liderazgos de los dirigentes de antaño se han perdido, y el sentido de vivienda pasajera se ha vuelto permanente, es decir, en la vivienda definitiva, se vive en situación de emergencia social.

Cuando las jornadas son carentes, desde ante de despuntar el alba, se hace difícil hablar de la escolaridad, de la asistencia, de lo importante del desarrollo académico y del sano despliegue de habilidades y conocimiento de los niños y niñas. En sus inicios son seducidos muchas veces hacia el delito, la llamada de la "plata fácil". Bajo esa mirada es como se entusiasma a los niños y niñas, cuestionándose el ir a las escuelas, si acaso estudiar es importante si la necesidad es instantánea y el deterioro social les sopla en las nucas... poco se hace al respecto.

Estamos viviendo el otoño, con ese viento frío que anuncia que se acerca el invierno y con ello las temperaturas descienden, los problemas respiratorios se disparan, los niños se enferman entre el agua y el barro, en las escuelas esas sillas continúan vacías, los cuadernos cerrados y los perros siguen ladrando con más fuerza, con más ahínco, con más desolación.

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