Slayer: Una pequeña pero aceitada máquina de brutalidad
Si una banda con 25 años de historia es capaz de mostrarse tan jovial como en sus inicios, Slayer definitivamente es un ejemplo a seguir por quienes viven del recuerdo, casi como caricatura de si mismos.
Conseguir entradas de primera fila para ver a Slayer no es nada de fácil, no porque se agoten con rapidez, sino porque llegar a unos pocos metros de los reyes del thrash es una tarea difícil, en la que se embarcan noche a noche varios miles de fanáticos.
Fue tal como ocurrió en el Velódromo Nacional, donde cierto espíritu chauvinista impregnó a parte importante de los cerca de 11.000 "metaleros" que llegaron a ver a una banda que sin duda será citada como referente en décadas futuras, cuando se recuerde -quizás- que un oriundo de Valparaíso, llamado Tom Araya, se mostró particularmente sorprendido, y agradecido, por las muestras de cariño de un incondicional público.
Mientras los empujones, codazos y sudor recorren la "primera línea de batalla", Slayer brinda un show sólido, compacto, digno de 25 años de carrera.
La velocidad de "Postmorten", "Angel of death" o "Silent scream" dice que aún hay mucho que esperar de los ya cuarentones Slayer, que cargados de clásicos, lograron una perfecta comunión con los asistentes al concierto.
Ni siquiera el mosh (el movimiento de masa, violentamente cómplice que caracteriza a los "chascones") pareció agresivo, porque efectivamente todos los que estaban -estábamos- ahí tenían un acervo musical y de sentimientos muy poderoso, extasiado al máximo cuando el chileno Araya miraba con no poca sorpresa que la gente coreaba su nombre.
En la trinchera de una primera fila, con decenas de individuos pasando por encima de tu cabeza, y otros cientos presionando sobre tu espalda, resulta difícil recrear algo que tiene como esencia el estar ahí, el sentir los acelerados ritmos de batería del cubano Dave Lombardo, o la pericia en las seis cuerdas de la dupla Kerry King-Jeff Hanneman.
Aunque ya habían pisado tierras nacionales en 1994 y 1998, sin duda el viernes los Slayer brindaron su más perfecto espectáculo en el Velódromo, lleno de himnos para quienes los siguen desde hace dos décadas, o para quienes en el despertar juvenil han encontrado en la banda californiana su lei motiv.
Cuatro músicos, volumen adecuado y ejecución aplastante: Slayer podrá ser una banda de cuarentones pero sigue ubicada en aquel Olimpo de intérpretes donde todo suena a perfección.
De hecho, resumir canciones o tiempo resulta sólo estadístico, porque bastó ver la expresión del vocalista y bajista ante los constantes gritos futboleros de "chileno, chileno" para entender que nada podría haber arruinado la por kilómetros mejor noche de Slayer en Chile.
Pequeña máquina de destrucción al tope, con un corolario de satisfacción que incluso pueden llevar a pensar que después del viernes 8 de septiembre no hay más que decir, porque al menos en el mundo de la música metálica hay decenas de ídolos, pero sólo una deidad: Slayer.