La columna de José Arnaldo Pérez: La Medallita

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El periodista de Al Aire Libre en Cooperativa repasó la historia de preseas que ha ganado Chile en el mes de agosto.

La columna de José Arnaldo Pérez: La Medallita
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Por José Arnaldo Pérez, @ChascaPerez

“…El niño salió a la calle y se encontró una medallita…” así reza la popular letra de esta canción bailable que ha sido versionada por muchos artistas. Fácil y simple es la fortuna de un menor que se topa con ella, lo celebra y la muestra a su madre. Esta situación dista mucho de lo que pasa en la consecución de una presea olímpica, no es llegar y conquistarla, demanda esfuerzo, muchos sacrificios y horas de entrenamiento, y aun así no está garantizado ganarla. Y en el caso de Chile es aún más complicado, ya que son muy pocas las que han logrado nuestros deportistas.             

Agosto para muchos es un mes peligroso en las costumbres populares, a los mayores se les bromea con que ojalá lo pasen. Aunque el ingenio popular mete miedo con el adagio “agostó los apalea, septiembre se los lle’a”. Pero para nuestro olimpismo es el mes de la máxima gloria.

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Hace 90 años que Manuel Plaza logró la presea de plata en los Juegos de Amsterdam, superado por el argelino El Ouafi y una pequeña diferencia de 26 segundos. Muchos mitos se han tejido sobre esta conquista, los cuales nunca pudieron ser aclarados dadas las zigzagueantes declaraciones del propio fondista nacional. Una de ellas habla que extravió la ruta y anduvo 80 metros en otra dirección que si se suma al regreso, con esos 160 metros perfectamente pudo disputar el oro. Aunque también tiene un gran sustento que tenía molestias en sus rodillas y por eso no rindió a plenitud. Hay una versión que incluso dice que se perdió, pero en los Juegos de París en 1924,  donde remató sexto.  Más allá de esas interrogantes, esa primera medalla fue un verdadero hito, que en la medida que pasan los años se le toma mayor peso de lo difícil de volverla a repetir.

Después de Manuel Plaza hubo muy pocos podios en los Juegos, la equitación en Helsinki, el boxeo y la jabalina en Melbourne, el tiro en Seúl y el fútbol en Sídney, pero para nuestro país seguía como materia pendiente ganar el oro. Y si se trata de convertirse en leyenda y mito, que mejor tierra que Atenas, en Grecia, para concretarlo.

Sábado 21 de agosto del 2.004. Fernando González saltaba a la cancha principal del centro olímpico de tenis, frente a la estación del metro Irini. El “Bombardero” venía con el tobillo con problemas ya que cuando parecía que habría final chilena, en semifinales se torció el pie y perdió frente al estadounidense Mardy Fish. El rival era otro “gringo”, Taylor Dent, que azuzado por el equipo técnico del tenis norteamericano  y por un coach que parece que quería pelea, y hostilizaba a la prensa que relataba el partido, saliendo al baile hasta Marcelo Ríos en sus diatribas, a ver si alguien le contestaba y se armaba el lío. González en el court partió muy bien y ganó la primera manga 6-4. Dent se rehizo y se quedó con la segunda por 6-2. Pero luego de un maratónico tercer set el nuestro alcanzó el bronce olímpico al imponerse 16 a 14, tras tres horas 26 minutos de juego y superando dos puntos de match en contra.

Pero la historia no se detuvo allí ya que ese mismo sábado y luego de la final femenina llegó el turno de la disputa por el oro en dobles. El binomio alemán de Nikolas Kiefer y Rainer Schüttler estuvo a punto de arrebatarnos la presea dorada pero Nicolás Massú y Fernando González lo impidieron, ya que en el cuarto set los germanos estuvieron 6 a 2 en el tie-break con cuatro puntos  de partido para ser campeones. Lo que vino después es conocido, el binomio nacional en casi cuatro horas rompió la historia y ganó la primera medalla dorada para Chile.

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Era ya 22 de agosto (que quede claro, los acontecimientos se miden por el lugar donde ocurrió el hecho, y en Atenas eran casi las tres de la madrugada). Y ese mismo día 22 Massú, merced a un enorme amor propio se repuso del cansancio y dio cuenta de Mardy Fish y alcanzó un hecho inédito en el tenis moderno. Vaya que costó. Ambos debieron bregar más de siete horas para ganar sus galardones olímpicos. No es cosa de “salir a la calle y encontrarse una medallita”.

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Cuatro años después, en Beijing, González, completó la gama de colores y obtuvo la plata al caer frente a Rafael Nadal en el partido por el título. Y una vez más agosto como mes del calendario. Aunque  recién diez años después este logro se ve ensombrecido, ya que reconoció que en el partido de semifinales, en un punto decisivo frente a otro estadounidense, James Blake, la pelota rozó su raqueta, y pese a que su oponente lo reclamó al máximo el “Feña” lo negó, y lo repitió como tantas veces se le preguntó. Hasta que lo confesó. Claro, el triunfo en esa semifinal no pasó sólo por ese punto, pero le resta deportividad, a un escenario donde supuestamente debe prevalecer el juego limpio y caballerosidad. ¿Trampa se le puede llamar? Claro que sí.  No al nivel de un doping, pero es quedarte con algo que no te correspondía. Pero reitero, ese triunfo no pasó por ese sólo roce de raqueta. ¿Y si lo cobran la historia hubiera sido diferente? Eso ya es elucubrar en demasía.

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Son algunos de los tantos datos que existen sobre las pocas preseas olímpicas que tenemos y que agosto no hace rememorar. No alejado de las anécdotas, ya que Nicolás Massú en la madrugada del 23 de agosto del 2004  debió tomar rumbo inmediato a otros torneos del circuito del ATP, pero olvidó lo más importante en la historia del deporte nacional. Dejó las dos medallas de oro olvidadas en su habitación, la que compartía con el equipo de natación que comandaba Rodrigo Bañados y al verlas dijeron “mira lo que me encontré, mira lo que me encontré…”

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