Hombres grandes
Por Paula MolinaEditora y conductora del programa Lo que Queda del Día de Radio Cooperativa.
Por Paula MolinaEditora y conductora del programa Lo que Queda del Día de Radio Cooperativa.
Marco Antonio Solís no es un profeta. Es un caballero. Esa es la clave para entender su éxito. Es cierto que existen referencias religiosas en su show y que, en una nota casi inquietante, muchas veces durante su espectáculo murmura sin micrófono bendiciones para sí mismo y su público.
Pero yo apuesto a que esa es una nota de agradecimiento personal para un Dios que lo ha llenado de bendiciones, o por lo menos, de éxito. Pero la verdadera apuesta de Solís sobre el escenario es la de un caballero. Un hombre de gestos antiguos, que trata a las personas de "hermanito", "damita", "cielito" (a la reportera de Cooperativa), que no se cansa de dar muestras de preocupación por quienes lo están mirando. No hay que confundir: la hebilla gruesa, la camisa blanca abierta, la chaqueta, la barba, la melena, son sólo la parte más superficial del éxito de este Sandokán del pop romántico.
La profunda está en el trato. No hay cinismo en Solís, no hay gestos rudos, no hay gritos, no hay descontrol, no hay erotismo explícito (como en Miguel Bosé, o en Chayanne).
En Solís hay sólo gentilezas y amabilidades, y eso es lo que cruza todo su espectáculo: la elección de sus canciones, el ritmo del show, la aparente entrega al público, el cuidado, los besos, los mimos para las enloquecidas fanáticas.
La preocupación por la fanática de Ñuñoa que se lanza sobre el escenario y que él libera de los guardias y se preocupa de que vuelva a su asiento sin que la expulsen de la Quinta. Solís es un cantante y un caballero y en esa medida, es único e irrepetible.
Solís es un caballero a la antigua, de un tiempo en el que los hombres, al menos en la pública, pasaban por amables. Vicentico también apuesta por los caballeros y por lo antiguo, pero en otra lógica.
Es la lógica argentina del respeto por los mayores, por los hombres grandes, los viejos. Es el rescate del patrimonio y la historia propia. A los 44 años, Vicentico no apuesta por ese producto tan chileno que es el "adulto joven", desesperado por ganar la batalla de los kilos, por engancharse con lo actual a la fuerza y como sea (música electrónica, ochentera, reggaetón y lo que venga), angustiado por rodearse de jóvenes, por parecer actual y contemporáneo.
Vicentico a los 44, apuesta, no por el adulto joven, sino por el adulto viejo, el hombre grande, el del oficio, el que ya se la sabe. Igual que Andrés Calamaro. Musicalmente, eso significa bolero, significa cumbia, tango, ritmos maduros, reposados. Con jeans rotos y bastón en perfecto contrapunto, Vicentico canta boleros como "Algo contigo" de Chico Novarro (una de los '60), "El árbol de la plaza" (un equivalente al criollo "Colegiala"), la balada "Si me dejan", y el hit filosófico-caribeño "Los caminos de la vida".
Sólo cuando está firmemente instalado sobre esas canciones, Vicentico vuelve a la escuela de los Cadillacs para dar sus propias versiones de clásicos como "Demasiada presión", "Siguiendo la luna", y "Vasos vacíos".
Un guiño a los viudos de los Fabulosos Cadillacs que aún resienten la histórica - y por ahora irremediable- ausencia de la disuelta banda argentina sobre el escenario de la Quinta Vergara.