Viña del Mar, 3 A.M.
Por Paula MolinaEditora y conductora del programa Lo que Queda del Día de Radio Cooperativa.
Por Paula MolinaEditora y conductora del programa Lo que Queda del Día de Radio Cooperativa.
Pese a su entusiasmo, pese a su simpatía, pese a que se ha dedicado a la guitarra por décadas, sin dejarse vencer por la indiferencia del público masivo, pese a que ha sido consecuente con su música y consigo mismo, lo de Peter Frampton en la Quinta Vergara, resultó un bochorno.
Un largo espectáculo de música instrumental virtuosa, pero desconocida. Tenía sólo dos cartuchos Frampton, "Show me the way" y "Baby I love your way", y los agotó a la altura del sexto tema.
El resto fue un largo transitar por el árido desierto de los solos de guitarra, que habría estado muy bien, o por menos tiempo, o en cualquier otro escenario y ante un público específico, militante, ante la gran minoría silenciosa que adora su virtuosismo probablemente, ante el público que lo verá en San Carlos de Apoquindo-, pero no en Viña del Mar.
Efectivamente, Frampton es un gran guitarrista, en términos de que es un buen ejecutante, un virtuoso, un talento innato, un hombre de técnica y dedicación. Pero a la hora de los matices, de las emociones, a la hora de dar sobre el escenario aquello que ha hecho grande a Eric Clapton o a BB King, Frampton se quedó en 1976. Y nunca retomó.
La gente aplaudió igual. Nadie quiso pasar por ignorante. Frampton después de todo, está inscrito en la historia del rock. Por algo será, piensa uno. No lo piense. Hay un montón de nombres que se han hecho leyenda por los motivos equivocados. No es el caso de Frampton, que por algo acompañó con sus cuerdas a George Harrison, Bill Wyman, David Bowie y Ringo Starr en distintos momentos de su vida.
Pero más que eso, en el caso de Frampton, un adminículo como el talkbox ha sido determinante. Hay que tener mucha convicción para hablar con una manguera en la boca, y para seguirlo haciendo en forma intermitente a lo largo de 30 años (también en Viña, por supuesto). Frampton ha hecho de eso su marca de fábrica, su rasgo inconfundible, su historia, como se retrató tan bien en uno de los capítulos de los Simpsons.
Yo lo lamentó por Giolito, que salió a escena minutos antes de las tres de la mañana, aunque eso más bien se puede atribuir al enorme éxito que tuvo Franco de Vita, que cantaba después de Frampton y tenía una imparable batería de éxitos probados. En última línea, fue responsabilidad de los organizadores. No hay que ser chauvinista para estimar que el horario de un cuarto para las tres de la mañana no resulta precisamente amable para con el artista nacional.
No es irrelevante el hecho de que José Arturo Giolito tenga además, 75 años. Nuevamente, creo que en ningún otro país una gloria de la fiesta popular local se dejara para un cierre tan tardío. Imposible. Menos en tiempos como los que corren donde la música popular se está alimentando precisamente de su historia, de su tradición, de sus raíces más profundas, incluyendo allí las tropicales.
Giolito, el número masivo, el que hace homenaje a nuestra historia, el que apela a los grandes públicos, tendría que haber inaugurado esa jornada. Se había preparado además Giolito: no sólo en la impresionante maniobra de girar con su batería en medio de un solo (este sí cálido y emocionante); no sólo citando todos los géneros de la fiesta nacional (cumbia, batucada, twist, rockn roll, mariachi y regaeetón), sino además en el detalle delicado de presentar a dos bandas jóvenes: Juana Fe de Santiago y la Sonora Barón, de Valparaíso, nuevas guardias de la cumbia chilenera. Todo esto "en su cómodo horario de las 3 de la mañana". De verdad, lamentable.