El equipo de pediatras, neurólogos y siquiatras de la Universidad de Oxford (Inglaterra) localizó en la corteza orbitofrontal la región del cerebro que se encarga de hacer que las personas gusten de los niños y, ante su presencia, generen una respuesta inmediata de cuidados y protección, demostrando que esta región se activa ante la visión de los infantes, por lo que las muestras de cariño demostradas hacia ellos, serían innatas al ser humano y no producto de un origen cultural o consciente, como se piensa.
Para llevar a cabo la investigación, los científicos utilizaron la técnica de "magnetoencefalografía" que le permitía a los entendidos visualizar las áreas cerebrales que se activaban en presencia de estímulos determinados, en este caso caras de adultos y de niños.
Según el estudio, esta región de la corteza cerebral se activa en solo un séptimo de segundo ante la visión de niños ajenos, lo que indicó a estos científicos que la reacción no corresponde a algún tipo de condicionamiento.
La región orbitofrontal del cerebro se localiza justo detrás de los ojos y, con anterioridad a este estudio, ya se sabía que traumatismos en esta zona o baja vascularización solían producir hypersexualidad, reducida interacción social, ludopatías, alcoholismo y discapacidades de empatía.
Hasta ahora, el cariño hacia los niños -y en general el cuidado de las crías- tenía una explicación darwinista y otra etológica.
La primera, del mismo Charles Darwin, explicaba que se trataba de un instinto desarrollado evolutivamente para asegurar la perpetuación de la especie, y la segunda, del premio Nobel Konrad Lorenz, proponía que la cara y las expresiones de los niños eran estímulos que activaban una respuesta innata.
En tanto, el grupo de expertos a cargo de la investigación estimó que este descubrimiento puede tener aplicaciones en la explicación, identificación de individuos con riesgo y tratamiento de la depresión posnatal, síntoma que afecta casi el 13 por ciento de las madres en el primer mes tras el parto.
El estudio fue dirigido por Morten Kringelbach y Alan Stein, de la Universidad de Oxford, y fue financiado por el Wellcome Trust y TrygFonden Charitable Foundation. (EFE)