El Judas Priest original encendió el frío martes 13 santiaguino
Con más de tres décadas de carrera, el heavy metal de Priest probó que en este tribal mundo musical las leyendas no necesitan ser rescatadas por un programa de televisión.
Con más de tres décadas de carrera, el heavy metal de Priest probó que en este tribal mundo musical las leyendas no necesitan ser rescatadas por un programa de televisión.
Mientras hacía al público seguirlo en una serie de coros, justo antes del último tema de la noche, el vocalista de Judas Priest, Rob Halford, con una bandera chilena en la mano, repitió el gesto que hizo en 2001 en el mismo escenario de la Pista Atlética del Estadio Nacional y que fue inmortalizado en la carátula del disco "Live Insurrection", de su proyecto solista homónimo.
Fue uno de los momentos menos flemáticos de una intensa, pero correcta noche de martes 13 rockero, marcada por la presencia de ya veteranos músicos británicos en el escenario y por una mezcla etárea más variada en la audiencia.
La versión 2005 del festival "Monsters of Rock" congregó alrededor de 13.000 fanáticos, quienes presenciaron cómo los creadores de discos tan insignes como "Stained Class" y "British Steel" descargaron un concierto lleno de clásicos, con importantes guiños a su nuevo trabajo discográfico ("Angel of Retribution", 2005), pero sobre todo con un dosis de solidez sobresaliente, más allá del sector del recinto donde alguien pudiera estar y de los infaltables caprichos de la amplificación.
Más allá de cualquier cliché sobre las ya abundantes reuniones en el mundo del rock, donde diferencias irreconciliables se minimizan con las ganancias de una gira mundial, no cabe duda que ver a Judas Priest con su formación más brillante tiene un valor nostálgico invaluable.
A las 22:10 horas, las luces se apagaron y la música de fondo y el telón del escenario anunciaron la introducción "The helion", del disco "Screaming for Vegeance" (1982), seguida por el primer hit del espectáculo: "Electric eye".
Aunque en los costados del escenario y lejos de las primeras filas, acaparadas desde temprano por los más devotos de Judas, el sonido tuvo algunos altibajos de volumen, durante la hora y 50 minutos que duró la presentación logró una nitidez sobresaliente, particularmente en la dupla de guitarras que conforman Glenn Tipton y K.K. Downing.
"Metal gods", "Riding in the wind", "A touch of evil" y las nuevas "Judas rising" y "Revolution", precedieron al segundo gran momento de la fría noche de Ñuñoa: "Breaking the law".
Aunque parecía que muchos temas no eran coreados por el público, lo cierto es que Judas tuvo un recibimiento cálido en cada interpretación, el que iba disminuyendo en euforia a medida que la gente estaba más lejos del escenario, principalmente aquellos que llegaron algo más rezagados por el trabajo. Eran los más antiguos seguidores de la banda, ya empinados en los 40, pero que íntimamente disfrutaron tanto como el que estuvo horas pegado a la reja.
Tras una cuidadosa versión semi-acústica de "Diamons and rust", se vinieron "Beyond the realms of death", "Turbolover" y "Victims of change", entre otras, para ya enfilar hacia el primer cierre de la jornada, con "Painkiller", el himno de Judas Priest que inicia desde la batería Scott Travis, que realmente transformó a todo el público en el ávido coro del tema que le dio nombre al disco de 1990.
Con "Painkiller" terminó el show, pero tal como ocurrió en la década de los 90 y la citada placa -la respectiva gira acabó con el alejamiento de Halford-, aún había algo más de Judas.
Emulando las imágenes más clásicas de la banda, Rob subió al escenario en una espectacular motocicleta, que junto al cuero y el rock and roll, parece ser la única necesidad de muchos.
"Hell bent for leather", "Living after midnight" y "You've got another thing coming" tuvieron aún más pasión entre los asistentes, ya alertados en su mayoría por internet que eran los últimos bis de Priest, tal como ha sido su periplo por México, Brasil y Argentina, y que luego de Chile los hará recalar en Puerto Rico.
Rob Halford ya no canta como antaño, ni siquiera como en 2001, cuando teloneó a Iron Maiden en Santiago. Las coreografías de Downing, Tipton y el bajista Ian Hill pueden llegar a sacar una sonrisa, pero a pesar de estas consideraciones, Judas Priest tiene esa esencia británica de pulcritud, de tocar no añorar, sino para vivir la experiencia de contemplar a uno de los pilares del heavy metal.
Muchos cantantes seguirán intentando seguir las notas del calvo inglés, otros cientos de guitarristas se inspirarán en los rubios espadachines del "sacerdote Judas" -como bien sabe la pareja de seis cuerdas de Slayer, Hanneman y King-, y miles de jóvenes harán sus primeras armas en la música con los acordes de "Painkiller".
Así es el "metal pesado", el respeto no se gana por los años de circo, se gana sobre el escenario, reventando amplificadores y usando la distorsión. No es un show del recuerdo y la temperatura efectivamente sube, por más que la tibia llovizna de la medianoche santiaguina intente bajarla.
Los invitados de Judas Priest en la gira, Whitesnake, no son la esencia del grupo inglés que David Coverdale fundó tas su salida de Deep Purple. Acá, la reunión sí es más maquillada y en la práctica se arma una banda en función del vocalista que grabara los discos "Burn" y "Stormbringer" junto a Ritchie Blackmore y compañía.
No obstante, recordar la década de los 80 con su rock melódico y muchas veces romántico no fue del todo desagradable, más aún cuando Coverdale -o Whitesnake- partió precisamente interpretando "Burn" y "Stormbringer", para no dejar dudas sobre su currículo.
Con temas como "Crying in the rain" y "Here I go again", ambos de 1982, o "Love ain't no stranger" y "Slow and easy" (1984), la "serpiente blanca" sí apostó por la nostalgia.
El propio Coverdale ya había desarticulado su grupo, pero la decisión no duró mucho y se embarcó en la gira "The rock & roll, rhythm & blues show", nombre más que apropiado para una hora de selección ochentera, cuyos puntos más altos fueron la clásica "Still of the night" y el solo de batería de Tommy Aldridge, quien en medio de su performance personal optó por usar sus manos como baquetas y demostrar su habilidad como percusionista, la que lo tuvo detrás de los tambores en los discos "Bark at the moon" y "Speak of the devil" de Ozzy Osbourne.
Whitesnake tuvo un poco más de inconvenientes con el sonido, cuyo volumen varió en oportunidades, pero sobre todo porque las guitarras de Doug Aldrich y Reb Beach no tuvieron toda la solidez en la amplificación que podría haberse logrado.
Algo similar vivió Rata Blanca, el invitado argentino que abrió el "Monsters of Rock", con su habitual sonido hard rock amparado en la escuela de Purple y Rainbow, así como sus letras de amores y princesas, marca registrada del grupo que muchos consideramos prescindible. (Cooperativa.cl)