Ni siquiera el percance de una fanática logró opacar el gran día de Joan Manuel Serrat

El optimismo contagioso de Joan Manuel Serrat se impuso nuevamente en los escenarios chilenos, esta vez en el Teatro Caupolián, hasta donde llegaron la noche del viernes unas 3.500 personas según los organizadores.

El recital comenzó con unos 10 minutos de retraso. La primera parte del espectáculo estaba dedicada a festejar el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, quien el propio cantautor se encargó de recordar que fue asesinado por el franquismo.

Una banda donde además de piano y teclados destacaba un violín, bajo y contrabajo dio un toque especial a la presentación, que se vio interrumpida por una descompensación diabética que sufrió una seguidora ubicada en las últimas filas del recinto.

Tras 10 minutos, Serrat reanudó la función donde la lírica de Hernández estaba plasmada en sus versos recitados o cantados por el catalán, los mismos que inspiraron su más reciente disco, "Hijo de la luz y de la sombra".

La segunda parte del concierto fue un recorrido por sus temas de toda la vida, que fue mezclando con diálogo cómplice con el público, quien coreó temas como "Soy sinceramente tuyo", "Mediterráneo", "Esos locos bajitos", y su consabido "Hoy puede ser un gran día".

Cada vez que hizo amago de retirarse del escenario, fue conmidado a seguir adelante con su show, y así transcurrieron temas como "Penélope", "Señora", y "No hago otra cosa que pensar en ti".

Cuando llegó el turno de "Cantares" la gente simplemente se apropió de la voz principal y fue Serrat quien por largos pasajes los lideró, cual director de orquesta, sonriente y agradecido con sus "más de tres mil razones para estar felices".

Para el final no se cansó de lanzar besos, dedicar frases a la fidelidad del público chileno, para luego interpretar canciones como "Lucía", en el epílogo del primero de sus dos conciertos programados en Chile.